"Todas la partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, ailjibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo... Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión."

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión.

Nocturnata camicurna



MERCUS MEVEL


- ¡A la 1º de Mayo por favor! – la fuerte voz del pasajero lo había despertado, los rápidos pestañeos delataron su preocupación y segundos después observó tras la ventanilla del camión la avenida con la intención de ubicarse y preparar su retirada, pero aún faltaban más semáforos que cruzar. Enderezando su espalda y estirándola suavemente hacia atrás (en su mente residía la idea que con esos movimientos el sueño se espantaba) miró el reloj de pulsera que su esposa le había regalado en su tercer aniversario de bodas con la esperanza de que se hubiera detenido junto con su pequeña siesta, pero no, aquel reloj implacable marcaba las 11:53 de la noche,­ caminata segura, pensaba y con gran desaliento se apretó suavemente la frente con la mano izquierda. El vecino del asiento de a lado lo miraba con extrañeza, le perturbaba un poco la forma en que movía la cabeza y repetía en voz baja ¡caminata segura!, ¡caminata segura!...
La pequeña luz verde que se divisaba tras el parabrisas se acercaba amenazante, apretando su portafolio pidió permiso al pasajero de a lado para poder pararse y caminar por el pasillo hacia la puerta detrás del camión. Los baches de la avenida hacían que el camión saltara y se moviera convulsivamente por lo cual tardó en tocar el timbre, su portafolio volaba de un extremo a otro y con su mano izquierda lo sujetaba, la otra mano la ocupaba para sujetarse él mismo en el pasamanos y aprovechando unos pequeños segundos de estática pudo por fin tocar el timbre dando un profundo suspiro; el camión frenó desesperadamente, las puertas se abrieron en dos dando un fuerte golpe a los lados que despertó a los pasajeros de los asientos contiguos. Frente a la puerta unas figuras femeninas se dibujaron en la oscuridad; distrayéndose por aquella visión, el portafolio se enredó con una mochila de algún estudiante junto a la puerta, estando a punto de soltarlo, pero jalando con fuerza logró bajar del camión, oyéndose detrás un grito de reclamo que se alejaba rápidamente.
- ¡Hola guapo! – le dijo una de aquellas delgadas figuras, tragó saliva y alzó las cejas de asombro al escuchar aquella ronca voz que carente de toda femineidad. Inmediatamente agilizó su caminar alcanzando a escuchar unas pequeñas risas detrás de él que lo contagiaron, y sin remedio alguno se rindió diciéndose a sí mismo ¡por mirón!
                El frío viento pareció preguntarle por la luna, observó el cielo y tristemente se dio cuenta que estaba forrado de nubes. Ningún rastro de luna ni estrellas en el firmamento, tan sólo una pequeña luz amarilla se colgaba de un poste y sin perder tiempo se preparó para cruzar la avenida; fue fácil, no había ningún automóvil alrededor, así que antes que el semáforo diera la colorada señal, atravesó sin apresurar el paso llegando inmediatamente al otro lado de la acera.
                El augurio se había cumplido: la parada de combis que se dirigían especialmente a la colonia donde vivía se hallaba vacía, solitaria, oscura. Rascándose la cabeza como señal de resignación emprendió la larga caminata, ahora el tiempo dejaría soltar todo su peso: el aburrimiento, el cansancio, la impaciencia. Desde pequeño se había acostumbrado pensar en algo mientras caminaba para evitar sentir su peso sobre él, así que había inventado hablar en voz baja como si platicara con alguien y a jugar con las palabras invirtiéndolas o dejando que la propia monotonía al repetir algo deformara las palabras sin pensarlo; empezó repitiendo la palabra que ahora parecía inútil decir caminata segura, caminata se… la palabra parecía salir por ella misma, dejaba de ser su voz, cobraba otro sentido. El piso renacía bajo sus pies, reencarnaba en otras huellas todavía frescas, en vidrios esparcidos, en corcho latas, en cucarachas y cascucharas paseándose libremente por la orilla de la acera… caminata nocturna, caminata noctur… la frase ya había cambiado sin pensarlo, los resquicios de cada una de las frases se las llevaba el frío aliento nocturno… nocturnata camicurna, nocturnata camicurna, natacurna caminoctu, natacurna camin… una pequeña risa salió de su boca y se imaginó como un loco riéndose solitario en la calle, en la noche, en la nada. Inmediatamente guardo un silencio bañado de pensamientos introspectivos; de pronto observó a su rededor y se halló sumergido en un silencio tan peculiar como el sonido de los grillos, y es que en realidad parecía que los grillos eran la única existencia real dentro de aquel sueño que vivía, sin embargo talvez ni los grillos existían sino tan sólo ese extraño sonido, quiso dejar de pensar, buscó a los grillos por entre el pasto que acompañaba a la acera pero tan sólo logró que se callaran, parecían fantasmas burlándose de él, risas entre los matorrales, monstruos sin cuerpo… apresuró el paso y se consoló pensando en su casa alumbrada, su esposa en la sala con un vaso de vino en la mano y el control del televisor en la otra.
                Uno que otro auto pasaba rápidamente en lapsos largos de tiempo, si tan sólo pasara algún vecino, todos sus pensamientos eran inútiles, sus piernas se movían por inercia, como si lo decidieran sin su ayuda, sin su deseo, todo era tan fácil como para acostarse en el piso y esperar y esperar, pero ellas se movían, les urgía descansar, recostarse desnudas sobre la cama y sentirse acariciadas por el tibio roce de otras piernas desnudas, más desnudas que ellas mismas, más lisas, más delgadas, más de mujer.
                A cada paso la oscuridad aumentaba y el horizonte desaparecía, el viento se hacía más frío, más enemigo. Al verse en medio de la nada, sus manos buscaron los bolsillos para sentirse refugiadas, para sentirlo refugiado. Sintió a través de la tela sus piernas, sus vellos; recorrió suavemente la parte superior de sus piernas en forma descendente, muy despacio hasta que una caja en el bolsillo derecho le regresó la efímera esperanza, un cigarro, tengo cigarros, sacó la caja de cigarros y con la desesperación de un naufrago al ver un navío a lo lejos en la mar buscó los cerillos y encendió un cigarro como si fuera un cohete anunciando vida sobre una isla desierta. Guardó el humo dejando que jugara dentro de la boca y lo sacó como un suspiro, con un ligero sonido de esperanza. A cada fumada la monotonía lineal de la carretera se esfumaba, hasta que sin darse cuenta se rompió con una curva de 90 grados, giró a la derecha y a 50 metros adivinó la otra curva a la izquierda. Un extraño miedo recorrió fríamente su cuerpo a través de la sangre, la banqueta llegaba al final, el asfalto la había comido; en dichas curvas era acostumbrado ver chocar de frente a los autos, giró por fin a la izquierda y continuó su andar esperando llegar a la ultima curva que era la más pronunciada, de casi 80 grados. Faltaban unos cuantos metros para llegar a ella hasta que una luz detrás le robó la atención, era un auto que lentamente se acercaba, sintió alivio al ver que el carro utilizaba las luces altas para avisarle que lo había visto y se orilló lo más que pudo a la reja ciclónica que delimitaba el camino bajándole la intensidad a su andar, cuando pasó a un lado el auto, volteó a ver al conductor pero éste no respondió a su mirada y al dar la vuelta aceleró perdiéndose junto con el sonido del escape. Se paró justo en la esquina de la curva y encendió otro cigarro, al dar vuelta miró la caseta todavía no terminada del fraccionamiento y se sintió en terreno suyo, en su propia colonia; al cruzar la pluma metálica un gruñir desalentó su paso. Observó a su derecha, una jauría de perros comenzó a ladrar; se detuvo pensando en correr en cualquier momento, pero se imaginó en seguida alcanzado por los perros y tirado en el piso gritando pidiendo ayuda. Más que el peligro de ello, le importó más la vergüenza de verse miserablemente solo, con los pantalones rotos caminando raspado por las calles de su colonia. Continúo el paso delicadamente con el fin de no incitar a los perros y mirando siempre hacia atrás para estar alerta. Mas sin embargo no logró meterse a la avenida 5 que era la principal y la que atajaba el camino a su casa, por la amenaza canina y tuvo que seguir por la avenida 4 que bajaba hacia el cruce con la avenida 10 y de ahí daría vuelta hasta llegar a la avenida 5. Al darle las últimas bocanadas de humo a su cigarro, pensó en antes de apagarlo prender el otro ya que todavía el camino era largo, al sacar el cigarro de la cajetilla escuchó otros ladridos frente a él, eran menos perros, pero se veían igual de dispuestos a defender su territorio, se cruzó al otro lado donde la acera comenzaba de nueva vuelta, mas algunos perros lo siguieron cruzándose también la avenida, ¡este es también mi territorio! pensó con sarcasmo y recordó el consejo de un amigo suyo en la juventud cuando de mochilazo llegaron a un pequeño pueblo de Morelos y se vieron enfrentados por una jauría todavía mayor de perros, levanten sus manos, decía su amigo, así los perros pensarán que somos aún más grandes que ellos, la mayoría de los perros guardaron silencio rencorosamente, los sobrantes seguían ladrando, pero ninguno se había atrevido a atacar; inmediatamente levantó los brazos y siguió caminando con demasiada lentitud, los perros regresaron a su lugar sin dejar de ladrar y para asegurarse bajó rápidamente la guardia para tomar algunas piedras.
                 Al tomar la avenida 10 la vista se fugaba en un horizonte interminable de casas debajo de él, todo es fácil pensó, al llegar a la esquina con la calle 37, doblo a la izquierda y de ahí me encuentro con la avenida 19… caminó con la confianza alimentada por aquel razonamiento y siguió su camino. Cuando quiso dar otra fumada al cigarro observó que ya se había consumido y encendió otro cigarro.
A estas horas mi mujer ya se ha de haber dormido pensó tras ver el reloj, las 12:45… y yo debería de estar junto a ella en la cama. Al llegar a la avenida 19 pudo reconocer las canchas de fútbol y pensó en evitar darles la vuelta por la calle 65 si las atravesaba, se acompaño de una lata tirada sobre la arena (y es que en realidad era arena por que el pasto parecía haber sido excomulgado de los santos dominios del campo) y comenzó a patearla levantando el polvo a cada tiro. Rápidamente se aburrió de su juego, talvez era porque le faltaban 21 compañeros y llegó hasta el otro extremo de la cancha no sin antes enfrentarse a un ataque de tos que se alargó por algunos minutos, despertando el vano afán de los perros de ladrar y aullar, como si presintieran el fin del mundo, ¡malditos perros!, ¡cuando están en brama nadie los calla! Sintió en la garganta tierra y tomó por dentro impulso para escupirla haciendo un sonido semejante al de los propios perros al gruñir, sobre la tierra su gargajo parecía una burbuja amorfa atrapando pequeñas partículas de polvo, pero qué estoy viendo, se auto-regañó y emprendió de nuevo su camino, no sin antes encender otro cigarro, mañana lo dejo, pensó y dejó una densa capa de humo desintegrándose lerdamente tras él.
Cuando el silencio se apoderó de la colonia, también llegó la carga del tiempo a través de su conciencia, ¡la 1:03! y las calles desiertas, se sintió como niño otra vez perdido en el supermercado y deseó ver la zona de voceo para que alertaran a sus padres… estoy desvariando, camina, camina… maquina, maquina… naquima, naquima, naqui… dónde estoy, qué calle es; llegando a la esquina observó el letrero sobre el poste oxidado y leyó calle 58, se paró por un momento e intentó reflexionar, mas la presión y la impaciencia le impidieron cavilar, tomó otro cigarrillo y lo metió a su boca, tras prenderlo sintió un extraño sabor en la garganta, se lo acercó a los ojos y observó que lo había prendido al revés, tiró el cigarro en el suelo y prendió otro con más cuidado. Si esta es la calle 58, entonces hacia la derecha esta la 56 y de ahí tomo la avenida 72 y…
Caminó apresuradamente, hasta que escuchó un estallido en el cielo. Lo invadió una pequeña convulsión de miedo dentro de sí, estiró el brazo con el que cargaba su portafolio e inmediatamente sintió una gota estrellarse sobre su puño, ¡maldita sea!, entonces comenzaron las gotas a caer más rápidamente hasta de pronto sintió su pelo escurrir el agua hacia su cuello y penetrar dentro de sus ropas por la espalda. Corrió con tal urgencia que sin darse cuenta ya se encontraba en la avenida 77, no puedo regresar así, buscó algún techo donde cubrirse y encontró del otro lado de la avenida una marquesina donde el agua todavía no irrumpía, al llegar se sentó en un pequeño pretil de tabique que servía de maceta y decidió esperar a que la lluvia cesara un poco su intensidad, se metió el cigarro en la boca con la intención de sentirse cobijado en humo, mas al sentirlo mojado la ira salió en forma de palabras, ¡me lleva la…!, lo aventó hacia el riachuelo que comenzaba a formarse bajo la acera y sacó la cajetilla para tomar otro, cuando se disponía a sacar un cerillo de su caja, la escuchó muda; apoyándose de su otra mano la abrió y miró la caja vacía, la dejó caer como una toalla sobre el ring y se tomó la cabeza con sus dos manos, pensó en llorar pero era tanto el líquido alrededor de él que quiso evitar un charco más. Por un largo rato mantuvo la vista en el piso viendo sus dos zapatos guardar celosamente el pequeño territorio que quedaba todavía virgen ante el agua, hasta que las gotas comenzaron a ultrajarlo, salpicándolo hasta que de pronto todo estaba cubierto de agua. Alzando su mirada vio la avenida, era un río que corría raudamente cuesta abajo, tras la avenida no se podía ver más, las gotas creaban una gran cortina azulada que impedía ver más allá de 15 metros. Levantó sus piernas y las depositó sobre el pretil en el que se hallaba antes sentado, su cuerpo se encontraba casi acostado hasta que rindiéndose al cansancio y a la resignación se recargó sobre los arrayanes detrás de él y recostó su cabeza sobre el portafolio, sus ojos se cerraban en breves lapsos, hasta que totalmente rendido se acomodó de lado intentando resguardarse del frío y los cerró.
- ¡Amor, son las 5:00 baja a desayunar! – era su esposa todo parecía haber sido una pesadilla, tomó las sandalias que se encontraban debajo de la cama y lentamente se dirigió al baño para lavarse la cara, se miró en el espejo observando su pelo delatando las horas sobre la almohada, paso su mano derecha sobre el rostro tomando lerdamente con la punta de sus dedos la comisura de los labios; después, tomó su mentón y lo sintió lleno de barba, ¡qué sueño! se dijo, se lavó la cara y bajó las escaleras dirigiéndose a la cocina. Disfrutó cada paso, cada lapso de tiempo que su pie tardó en descender el peralte y llegar a la huella del siguiente escalón; mientras lo hacía, pudo disfrutar a las primeras aves madrugadoras silbar su canción matutina. Todo era tan hermoso que totalmente contagiado de alborozo comenzó a silbar el himno a la alegría, fiu, fiu, fiu… pero de pronto su pie no halló la huella del escalón y cayó a un vacío oscuro y sin fondo…
Una luz cegadora apareció frente a él. No pudo abrir los ojos en su totalidad y se protegió con las manos mientras recuperaba la vista. Todavía escuchaba a las aves silbar en el firmamento, ¡qué pasa…! No lograba entender, tras recuperar la vista observó su rededor y se halló debajo de una jardinera con arrayanes junto a una avenida llena de lodo en las orillas por el paso de los autos que ahí lo salpicaban. Observó su reloj de pulsera, notó que ya eran la 8:30 de la mañana. Se levantó e intentó en vano sacudirse la suciedad de la ropa. A lo lejos, justo en la esquina contigua, una combi de pasajeros dobló hacía la avenida donde se encontraba. Tomó su portafolio, buscó en su bolsillo derecho el cambio para pagar su pasaje encontrándose a su paso los cigarros que una noche anterior lo habían estado esperando y le hizo la señal de parada para dirigirse a su trabajo.
– ¡A la 1º de Mayo por favor! – la combi arrancó dejando atrás las casas y los números de las avenidas.


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