Todo empezó jugando al olvido, a no saber lo que era sentirla, a desconocer su cuerpo cuando lentamente lo desnudaba en la cama, o a caso por la oscuridad; en el mismo infinito, en aquella radiografía del universo.
Penetré para saber de ella, para recordar aquel sueño que había olvidado en la mañana. Sus ojos miraban hacia dentro, hacia aquella isla a donde yo quería arribar. Minutos después su mirada se ahogaba en el océano de la concupiscencia.
De pronto, unas palabras penetraron por las rendijas del recuerdo: “las piedras del camino explotan cuando están expuestas al sol”. Estallé en mil pedazos, mis partículas flotaron en su galaxia como meteoritos lácteos.
Un grito de placer asaltó a la noche de los sueños. Su miraba se eclipsó con algún recuerdo, con el principio de todo, con la gran explosión que había traído consigo a la vida. Le pregunté por su verdadero nombre, y sonreí cuando me dijo que era una nueva estrella.
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