"Todas la partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, ailjibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo... Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión."

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión.

Cicádido

MERCUS MEVEL


Por largo tiempo lo había planeado, palabra por palabra, los ademanes; por semanas ensayó sus gestos frente al espejo; nada podía fallarle. Experimentaba una extraña obsesión por Celia. Sus calificaciones en la escuela habían sufrido una gran baja, no lograba concentrarse con nada, tan sólo moraba dentro de su mente la imagen de aquella jovencita, con sus ojos tan vivos y sus pestañas como hojas de girasol; y es que en realidad relacionaba esos ojos con el sol, con su brillo, no recordaba ninguna mirada de ella en un día nublado, siempre que tenía la oportunidad de mirarlos, los rayos del astro rey los alumbraba regalándole un brillo muy singular a aquella mirada.
Por fin esta vez parecía ser la decisiva. Qué podía fallarle, ya se había ganado su confianza, se regresaban juntos de la escuela y continuaban platicando frente a la puerta de la casa de los padres de Celia por varios minutos. Ése era el día anhelado, las vacaciones llegaban después de su espera impaciente, con su sol tan alegre y sus sonidos de risas de niños por las calles.
Era un día de la primera semana de vacaciones, las primeras parejas de jóvenes comenzaban a poblar la plaza del pueblo, caminaban alrededor del kiosco hasta que la noche se hacía vieja. Se encontraban platicando sentados en la fuente de la esquina, la luz de la luna reflejaba el agua sobre el vestido de Celia, él miraba aquel reflejo jugar con la geografía de los pliegues, a veces su plática se extinguía por el placer de imaginar aquel cuerpo en el agua, con él, solos. Se sintió un poco desilusionado consigo mismo porque veía que la situación no era tan fácil como en sus sueños. No hallaba el tema clave para empezar su declaración de amor. Era cierto que en temporada de clases había fracasado en sus intenciones según él por las burlas de sus compañeros de la escuela. Ahora que eran vacaciones no había peligro alguno de que lo molestaran, porque todos estarían jugando a las escondidas o talvez fútbol en la calle.
Por fin después de darle vueltas al asunto soltó la primer palabra que días atrás había ensayado - ¿no te gustaría que… bueno, tu y yo… talvez si quieres…? – pero un tipo de silbido interrumpió su declaración. Volteó a hacia los lados esperando ver a algún impertinente amigo suyo hablándole a sus espaldas, sin embargo no había nadie, pensó que talvez le habían hablado a alguien más en cualquiera de la calles de alrededor y retomó con dificultad la conversación que mas bien parecía un soliloquio por el inquieto silencio que Celia guardaba y sudaba sobre la palma de sus manos. Al momento de volver a preguntar el mismo sonido interrumpió la escena, era algo parecido como el que produce alguien cuando quiere callar a otra persona o cuando desde lejos le habla y hace una especie de shhhhh. Se calló inmediatamente y observó detenidamente alrededor, escudriñando atentamente el horizonte que alumbraba el farol de la esquina contigua a la que se encontraban. Esforzó la vista intentando averiguar desde lejos las figuras que se dibujaban en el interior de la tienda de Jovita, pero llegó a la conclusión de que el sonido había venido de otra parte. Comenzaba a irritarse pero contuvo la molestia y continuó su declaratoria. Soltó presuroso la pregunta clave intentando evitar ser interrumpido de nueva vuelta. Celia cedía poco a poco, y ahora era ella quien tomaba la iniciativa, sentada en el pretil de la fuente le pedía sentarse a su lado, le tomaba las manos por lapsos pequeños y las soltaba fingiendo inocente vergüenza, hasta que él poseído totalmente por el deseo de besarla, no permitió que le soltara una vez mas las manos y las oprimió contra las suyas, se acercó lentamente hacia su rostro dejando que los ojos se apagaran para hundirse en un oscuro silencio. Apunto estuvieron de juntar sus bocas pero aquel sonido irrumpió de nuevo. Totalmente encolerizado se paró y comenzó a gritar - ¿quién habla pues?, ¡que no se esconda, que salga! -. De pronto vio a un niño que pasaba por el otro lado de la calle y comenzó a gritarle iracundo - ¿qué morrito, qué te traes, quién te mando a molestarme? – el niño totalmente asustado corrió perdiéndose en la perspectiva de la calle. Celia se encontraba confundida y con ciertos principios de temor dentro de sí cuando observó a su pretendiente tan ciegamente enfurecido, asomándose en las esquinas, en la tienda, mirando atentamente hacia los árboles. ¡Sal, no seas cobarde! – gritaba, - ¿porque no me dejas en paz?
No pudo tranquilizarse por más que Celia se lo imploraba, intentaba retomar lo interrumpido pero ese sonido se hacía más insistente, le gritaba a todos los paseantes, los insultaba sin conciencia alguna, hasta que ella perdida en el temor y la vergüenza corrió a su casa apunto de que sus ojos estallaran en llanto. A él no le importó quedarse sólo, buscaba por entre los árboles, jurando encontrar al bromista, los sacudía esperando ver caer a alguien, y era obvio que no sería un amigo suyo, sino alguna enemistad de la escuela, alguien que había buscado sacarlo de sus casillas hasta lograrlo. Aquel sonido se hacía más intenso hasta que sosegándose tan sólo un poco, agudizó el oído. El sonido venía de un árbol de higo situado como a unos 50 metros de donde se encontraban platicando. Con el mayor silencio que pudo se acercó al árbol. Al encontrarse debajo de éste, lo sacudió con encono por varios minutos en medio de feroces gritos que de su garganta salían. Con sorpresiva desilusión vio volar a una inofensiva cigarra, que al verse en peligro huyó hacia otro árbol para continuar con su llamado buscando a las hembras.





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