"Todas la partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, ailjibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo... Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión."

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión.

Crónica de una deriva noctura a través de flores

El siguiente escrito es una crónica ocurrida en una de las zonas "rojas" más populares en la Ciudad de México, muy cerca del centro histórico. Si bien la intención de hacer una deriva no fue premeditada, sí ocurrió en los hechos. Por medio de este escrito se pretende dar forma a la realización de una deriva nocturna a través de flores.




Por Mercus Mevel




La noche se desgastaba con las horas húmedas de alcohol y de una charla que prometía morir en cualquier momento. Ante tal augurio, la mayoría de los invitados se acostaron en las recámaras desocupadas. Éramos tres los sobrevivientes que trago a trago absorbían sus nostalgias mudas y secretas. Lo demás era el monótono bla-bla-bla confundiéndose con la música, el humo de los cigarros y los otros tragos y el bla-bla-bla. Mi mente se encontraba unas horas atrás, cuando llegábamos a la casa y de entre las cosas que cargaba: aquella solitaria flor lacrimosa humedeciéndome las manos. A lo lejos las oscuras siluetas de las meretrices se movían con el ritmo de la concupiscencia. Al acercarnos fue natural el impulso de dirigirme a ellas y ofrecerles la flor. Me miraron sorprendidas, un pequeño destello de inocencia asaltó la mirada de quien estiró primero la mano, las demás se alejaron un poco, sólo estábamos ella y yo. Le pregunté su nombre, me dijo Todas. Le deseé suerte para esa noche y me despedí de ella estrechando su mano. Al alejarme, un grito rompió la suavidad del murmullo nocturno: “¡ahora te quiero más!”, me reí del piropo y llegué a la esquina contraria, en donde me esperaban los amigos. Ese momento se había quedado en mi mente, había sorteado las horas, la charla, la música, todo.  Una que otra pregunta dirigida hacia mí me devolvía al presente, que aunque deformado por los excesos, seguía siendo el Ahora. De pronto todo fue el vertiginoso ir y venir en el tiempo, un turista de las horas sobre el vagón del pensamiento. Totalmente extenuado por no poder pisar con los dos pies al tiempo cambié la plática con un repentino “me gustó haber ofrecido la flor”. Se quedaron sorprendidos por un momento, y después de compartir tibiamente la emoción conmigo, se abrió paso a la atmósfera dionisiaca en donde la noche y la ciudad son un sólo elíxir afrodisiaco, un “paisaje detrás de la niebla”. No recuerdo si el disco se acabó, o si alguien bajó el volumen a la música, pero aquella frase: “¡vamos a ofrecerles flores a las prostitutas!”, se comió al silencio. Totalmente contagiados por el mismo sentir, salimos cargando las flores como si estuvieran escurriendo deseos aún no cumplidos.
En la primera esquina esperaba una chica que todavía llevaba consigo a su pasado, a aquel hombre que alguna vez fue, su gran estatura y su gruesa voz así lo confirmaron. Tardó en reaccionar cuando le ofrecimos la flor, su rostro completamente perturbado nos demostró lo frágil que suele ser la cotidianeidad. Seguimos caminando, doblamos a la derecha por una avenida principal hasta que encontramos a un grupo numeroso de meretrices, nos rodearon al vernos juntos y jóvenes. Antes de que nuestro cometido se confundiera con una noche de lujuria, sacamos varias flores y las repartimos como si fueran pan caliente en una época de hambruna. Y en realidad es peor porque la hambruna no tan sólo es por hambre. Después de las risas, los abrazos y las bromas, continuamos nuestro camino como misioneros noctívagos en pleno abismo. La mejor forma para no perderse en la ciudad es caminar sin tener un lugar a dónde llegar. Nuestro mapa eran las sombras a lo lejos, nuestro móvil las flores. En cada esquina una flor fue sembrada en manos vacías, o en algunos casos, manos que cargaban la desolación encarnada en una estopa humedecida en thiner. A pesar de todo, las sonrisas iluminaron intermitentemente las oscuras calles de mi ciudad. En otras circunstancias aquellas calles parecen la boca de la perdición, pocas personas las cruzan y peor aún en las madrugadas; en otras circunstancias somos otros, pero esta vez fuimos lo otro, el abono que cada noche alimenta las raíces de una ciudad fantasma, desvelada mi ciudad. Las flores se fueron agotando así como la oscuridad que lentamente comenzó a pintarse de azul. Detrás de nosotros las calles parecían haber cambiado su piel, el pavimento se cubrió de pétalos y la resaca comenzó a florecer en nosotros, recordando que en cualquier momento seríamos los mismos. En nuestra mente estaba el deseo de tener un costal sin fondo repleto de flores, caminando a la deriva por la ciudad. Al llegar a casa, nos despedimos, ellos se fueron a las suyas, pero cada uno sabía que en nuestras propias almohadas nos esperaba una flor impacientemente. 


Septiembre de 2011.
México, D.F.

No hay comentarios:

Publicar un comentario