MERCUS MEVEL
Cuando comenzó con esos problemas, mi madre le decía a mi hermano que estaba loco. Él de alguna manera no quería creerlo, o convencerse de ello. Todo tuvo su origen en la falta de sueño que sufría en las noches. En las primeras semanas dejaba de dormir talvez un lunes o miércoles, sin embargo, al paso del tiempo ya eran todos los días. Por las noches se la pasaba leyendo. Mi hermano argumentaba ante el doctor que su problema no venía de él, ni a su terrible adicción a la lectura, aunque mis padres y yo creíamos lo contrario. Ante el doctor mi madre se convenció de la falsedad de aquella idea que apoyábamos. El doctor le medicó algunas pastillas naturistas para recuperar el sueño, pero tal parece que empeoraron la cosa porque a la hora de irme a la escuela solía encontrarme frecuentemente a mi hermano asomado en la ventana atento a la aparición del amanecer y sus tonos azul-violeta. No recuerdo cómo fue, pero esa escena se convirtió en una costumbre casi imperceptible para todos. Las primeras veces al regresar al colegio, por fin lo veía al pobrecito acostado en algún lado de la casa, pero nunca sobre su cama.
Mi madre lo llevó al psiquiatra varias veces, cada cita era una esperanza para descubrir su repentina desaparición del sueño. Mamá comenzó a creer que talvez sería algún miedo que tenía escondido en alguna parte de su recámara, o de la cama. Nunca lo supieron, porque el psiquiatra tiró a mi hermano de testarudo y en pocas semanas la cita desapareció.
El sueño de mi hermano cada vez era más escaso, sin embargo despierto actuaba como si estuviera soñando. Con la cámara de mi papá se la pasaba en las madrugadas tomándole fotos al cerro de enfrente de la casa hasta que amanecía. Miraba el cielo profundamente, ido en sus pensamientos más recónditos. Nunca nos decía nada coherente, hablaba de colores y animales voladores, de que se tenía que ir, sin embargo jamás se iba. Todos más que hartos, estábamos preocupados por él. Mamá lo mandaba de compras para que saliera. Me decía que hablara con sus amigos para que lo invitaran a salir, sin embargo a todas las citas se negaba.
Dejó de fotografiar amaneceres y sustituyó la actividad por la escritura. Algo que recuerdo, era que tiraba todas las hojas, no se si porque no le gustaba lo que escribía o porque no le gustaba que lo leyéramos.
Un día mi hermano compró unas acuarelas y se dedicó a pintar el cielo por las madrugadas de tantas formas y colores como lo había fotografiado durante tanto tiempo. Una vez me desperté para ir al baño y encontré a mi hermano pintando un amanecer. Al regresar del baño noté que el sueño se me había ido y me senté junto a él en silencio. Mi sorpresa fue ver el amanecer del cielo igualito al que mi hermano había pintado: ya se sabía de memoria todos los amaneceres. Para aquellos días tan sólo dormía los fines de semana.
Al año, la falta de sueño mostraba a mi hermano enclenque y con dos grandes bolsas que parecían cargar con gran esfuerzo su mirada. Ya había dejado la lectura, la escritura y la pintura, ahora se dedicaba en las madrugadas a tocar la vieja guitarra que le regaló el abuelo antes de morir. Al principio, era muy molesto escucharlo intentando componer sus propias canciones, pero un día supo cómo acurrucarnos con su música, hasta que la dejamos de notar.
Mi hermano enflacaba y enflacaba y dejó de dormir por completo. Una ocasión se hartó de la guitarra y no supo más que hacer. Se la pasaba caminando por las noches de un lado al otro para encontrar algo con que entretenerse mientras todos dormíamos. Sin embargo nunca lo halló. Mamá comenzó a recriminarle totalmente encolerizada que estaba loco y que ya durmiera. Un buen día mi hermano contestó con un simple grito: “¡pues si quieres que duerma dormiré!”. Y así lo hizo, corrió desesperadamente a la cama y se tiró en la cama como si alguien lo hubiera empujado detrás de él. Ya lleva un mes dormido y mamá todavía confía en que llegará a despertar. Mi padre y yo esta vez creemos lo contrario, por el fétido olor que suelta el cadáver de mi hermano.
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