"Todas la partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, ailjibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo... Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión."

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión.

El kilómetro trece


A LORENA POR SU
INAGOTABLE HABLA.


MERCUS MEVEL

    El aire apenas se pudo introducir por entre la protección metálica y la pequeña abertura que la propia ventana negaba abrirse más de 20 centímetros, sin embargo lo saboreaba; talvez era el extraño aroma del viejo pirul del vecino, quizás el propio viento había mezclado todos los aromas encontrados a su paso y los había depositado en su habitación para después fallecer con el humo del cigarrillo. Sin darle tanta importancia a ello, intentó con vehemencia detener aquel olor por varios segundos dentro de su nariz, manteniendo la respiración como si se preparara para adentrarse por minutos al agua. La nostalgia lo asaltó mientras miraba el horizonte herido del lado derecho por un edificio en construcción que obstruía la vista hacia las montañas del oriente. Por un momento sintió envidia del humo del cigarro que retorciéndose lentamente como alguien que acaba de despertarse, logró salirse por la ventana tomando el vuelo a la libertad, para desintegrarse como paloma que desaparece en el vuelo. Una pequeña lágrima acompañó al silencio, se escurrió lerdamente por su mejilla para tomar un camino que la propia geografía de su rostro marcaba, desembocando en la comisura de sus labios y extinguiéndose en la punta de la lengua como una gota de agua cayendo en una sartén hirviendo. Pensó en la irónica analogía que existía entre el humo y aquella lágrima; el humo, algo muy difícil de coger, no se podía retener con las manos porque inmediatamente buscaba la salida; pero su lágrima había escogido el camino a su propia perdición dirigiéndose a la esclavitud de sus labios, de su boca reseca. Su único deseo constaba solamente en salir y volar a la libertad como aquella llamarada de humo dirigiéndose al cielo; pero su realidad era aquella lágrima, y el encierro, su propia casa. Todos los días al despertar se asomaba a la ventana y por horas meditaba, se imaginaba caminando junto a una calle, junto a un árbol, junto a una familia dirigiéndose al parque, sentir completamente el viento. Cuando escuchaba el ruido de la puerta al cerrarse, corría a las escaleras frente al vestíbulo y con una extraña emoción miraba a aquel rostro que con una pequeña pero sincera sonrisa lo saludaba; al paso de las horas todas la palabras, las noticias, las monedas en los bolsillos, las corcholatas en el piso se iban con un adiós que desaparecía en la eternidad de una noche silenciosa. Su encierro se había convertido al paso de los meses en una presa con peligro de desbordarse…
     Por las noches, cuando Lucio cerraba las cortinas de su habitación intentando olvidarse de todo su rededor, en plena oscuridad, su mente lo llevaba a recorrer un tiempo que antes disfrutaba. Se miraba pequeño bajo el auspicio de sus padres saliendo todos los domingos al parque de Las Jacarandas, su sonrisa delataba la alegría de aquellos días; corría por entre los árboles, les daba la vuelta, los esquivaba, se escondía de sus padres y su risa acompañaba el canto de las aves que se formaban como ejército celestial en las ramas. Después caminaban tomados de las manos junto a la avenida Allende, se sentaban en una banca de cantera rosa y observaban el fallecimiento del atardecer. Lucio se entretenía sobremanera mirando a los autos pasar con su ciega rapidez; pero existía algo singular que robaba todo su interés: observaba detenidamente los autobuses de pasajeros que desfilaban sobre la avenida cuyo letrero entre otras cosas, decía con grandes letras Kilómetro 13. Por las tardes circulaban cientos de autobuses, mas nunca el aburrimiento de leer siempre el mismo letrero lo golpeaba, es más, su mente cavilaba por horas intentando averiguar el significado que tendría aquel lugar. Se imaginaba un paraje rodeado de una extraña neblina donde las almas solitarias se refugiaban llenándose a cada respiro de una tranquilidad insoslayable. Aún al pasar de los años la idea continuaba persistiendo, nunca la duda pudo alejarse de Lucio. Cuando su edad se encontraba en la adolescencia y las discusiones con sus padres se volvieron perennes, salía de su casa corriendo, dirigiéndose desesperadamente a la avenida para sentarse en aquella banca rosada y observar el pasar del camión. Se sentaba por horas a meditar hasta que la tarde cedía su señorío a la noche. Aquel camión lo intrigaba y se dispuso en su corazón averiguar algún día la verdad sobre el Kilómetro 13. Por años se podía ver a Lucio sentado en la misma banca meditando, con su mirada dirigida hasta donde la avenida se desaparecía por la distancia, imaginando su más vehemente deseo, su anhelante destino.
     …Esta vez el agua se escurría por los grandes muros de su alma, sin importarle el peligro al que se enfrentaba saliendo de su casa, tomó una chaqueta del armario y salió decidido a cualquier cosa, aún en la tan esperada muerte para poder liberarse de esa exclusión en la que se encontraba, a la que con mudos e impotentes reclamos se oponía. Cerró de un azotón la puerta que parecía advertir con el ruido una total negación al arrepentimiento. El temor era inmenso, pero su deseo de libertad lo superaba y a cada paso se acrecentaba. Jamás miró hacia atrás, ni observó a la gente que lo miraba con extrañez, como si fuera nuevo en el mundo. Caminó por varios minutos sin saber a dónde se dirigía exactamente y se abandonó al azar del destino. De pronto llegó a la misma banca donde años atrás acostumbraba meditar. El verla, se extrañó en demasía por la sorpresa de ver aquella banca cuando pudo haberse dirigido a otro lugar. Una pequeña sonrisa apareció en su lóbrego rostro. Se sentó y observó a lo lejos al camión amarillo cuyo letrero parecía aumentar de tamaño, letrero que con letras fosforescentes decía kilómetro 13. Sin vacilar se levantó de la banca e hizo la parada al autobús. Miró al chofer detenidamente pensando que éste adivinaba el lugar al que se dirigía y sin titubear sacó unas monedas del bolsillo del pantalón y pagó su pasaje. Mientras caminaba por el pasillo observó cada uno de los rostros de los pasajeros que se hallaban sentados con la finalidad de intuir cuáles se dirigían a dicho lugar, pero fracasó en su intento, la mayoría dormía y los pocos que aún mantenían los ojos abiertos observaban detenidamente tras las ventanas el triste paisaje que la ciudad guardaba como si se despidieran de ella para siempre, y se sentó en el último asiento al fondo del camión. Su mente había abordado un camión interno impregnado de dudas, algo así como una grácil incertidumbre. El ansia de llegar a su anhelado destino lo carcomía, deseaba tragarse al tiempo y a la distancia con un largo bostezo, y es que en realidad el sueño comenzaba a traicionarle, un sueño alimentado por eternos y silenciosos minutos. Tras la ventana pudo observar el nacimiento de la noche y los letreros junto a la carretera informando el kilometraje recorrido, kilómetro cinco, después kilómetro seis, siete y comenzó a bostezar con más frecuencia. Sus ojos se cerraron por unos segundos, segundos que parecieron ser largas horas. Los abrió desesperadamente, agitó su cabeza en seguida intentando ahuyentar el sueño y continuó observando tras la ventana los letreros que alumbraba el propio camión durante el trayecto nocturno. La ciudad había quedado atrás junto con sus problemas y amenazas, adelante tan sólo persistía ese vacío de la inocente ignominia, representada por una inofensiva ilusión que su corazón había guardado estoicamente; pero el tiempo pesa y el sueño llegó a Lucio desprevenidamente justo en el kilómetro 12. Después de ahí, se hundió bajo el cobijo de la oscuridad de un sueño sin tiempo ni distancia…
     Lucio abre los ojos precipitadamente y observa una cegadora luz tras la ventana. Con esfuerzo levanta el tronco de su cuerpo manteniendo las piernas estáticas sobre la cama y comienza a reconocer las paredes de la habitación donde se encuentra, un ruido tras la puerta irrumpe su inspección y observa entrar bajo el umbral a su madre que amorosamente lo abraza y le dice al oído ¡vístete rápido que hoy iremos al parque!




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